LA AUTÉNTICA FE CATOLICA Y LA DEVOCIÓN A MARÍA
“Y ahora aplicaré lo que he venido diciendo a la doctrina de la Iglesia acerca de la Santísima Virgen. Voy a abordar un tema de índole tan sagrada, que –al escribir, como lo estoy haciendo, para publicarlo- necesito pedir disculpas por mi decisión de atreverme a continuar con él.
Y entonces digo que, si estamos convencidos de que María dio a luz, amamantó, y llevó en brazos al Eterno hecho niño, ¿qué límites podemos poner al flujo y al torrente de pensamientos que encierra esa doctrina? ¿No habremos de sentirnos embargados por el asombro y la sorpresa al conocer que una criatura ha sido llevada tan cerca de la divina Esencia? Cuando los santos apóstoles anunciaron que Dios se había encarnado, nació un concepto nuevo, un sentimiento nuevo, una fe nueva y un culto nuevo; a partir de entonces se hicieron posibles una devoción y un amor sin límites a Dios, que parecían imposibles antes de esa revelación. Éste fue el primer fruto de su predicación. Pero además de eso, en cuanto se supo que el Dios encarnado tenía una madre, se abrió camino entre la humanidad una nueva serie de pensamientos hasta entonces desconocidos y distintos de todos los demás.
La segunda idea es completamente distinta de la primera y no interfiere con ella. Él es un Dios que se hace pequeño, ella es una mujer a la que han hecho grande.
No me gusta casi nada utilizar un ejemplo tan común para hablar de la dignidad de la Santísima Virgen entre los seres creados, pero quizás pueda servir para explicar lo que quiero decir si le pido que piense en la diferencia de sentimientos con que Usted y nosotros leemos la historia de María Teresa y la de la Docella de Orléans (María Teresa es la emperatriz de Austria 1740-1780) (La doncella de Orleans es Juana de Arco (1412-1435), que era hija de un campesino), o la diferencia de sentimientos con que las clases medias y bajas de una nación miran a un primer ministro en activo según que provenga de una familia aristocrática o que haya surgido de las bases. ¡Dios me libre por su misericordia de la más mínima sombra de pensamiento que pueda empañar la pureza, o mitigar la intensidad del amor que le debemos a él, que es nuestra única felicidad y nuestra única salvación! Pero cuando se hizo hombre, nos reveló sus incomunicables atributos con tan claridad, que ya no es posible rebajarlo a él por el mero hecho de que exaltemos a una criatura. Solo él tiene la llave de nuestra alma, sólo él puede leer nuestros pensamientos secretos, hablarle a nuestro corazón, otorgarnos el perdón y la fuerza espiritual. Sólo de él dependemos. Sólo él es nuestra vida interior; él no sólo nos regenera, sino que –para usar palabras apropiadas para tan alto misterio- Semper gignit (está siempre engendrando. Se aplica a Dios Padre en la teología trinitaria): está siempre renovando nuestro nacimiento y nuestra filiación celestial. “
(María Páginas Selectas de John Henry Newman 1801-1890)
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